Así Soy (Autobiografía ELF – 4ª Parte)
viernes, septiembre 05, 2008
1980, 1980, 1980…
Tendemos a deformar el pasado, a modelarlo a nuestro antojo, a convertir en leyendas hechos que no pasarían de sencillas anécdotas. Así somos. Por fortuna.
1980 es el año que da comienzo a una década inolvidable y que tengo completamente idealizada, lo admito. Pero daré algunos motivos para ello: en esta década comencé a escribir, en esta década se cimentaron mis pasiones (el cine, la lectura, la poesía, la pintura, la música…), de esta época proceden mis películas y músicos favoritos, en esta época me enamoré (ni antes, ni después, lo que no significa que no lo esté ahora, sino que todos mis enamoramientos se produjeron en aquellos años), en esta década comencé a correr, a viajar, a soñar…
Escribí mi primer relato, ROCA, a finales de 1980, cuando sólo contaba con ocho años. En aquella época ya leía mucho, aunque fundamentalmente Emilio Salgari y Julio Verne (el primero me lo facilitaba mi padre, el segundo mi madre). ROCA trataba acerca de un niño aislado, al que nadie comprendía, y que se inventaba un amigo: un trozo de piedra. Poco a poco todo el mundo se iba enterando del despropósito: amigos, familia, profesores… Y todos, de una manera más o menos directa, se burlaban. El relato finalizaba con el niño desaparecido y la madre del mismo que encontraba dos piedras descansando sobre la cama del pequeño. Debo decir que aunque yo personalmente nunca tuve un amigo imaginario, si que deseé durante mucho tiempo desaparecer y convertirme en una sencilla y melancólica roca.
Pero en aquellos años yo todavía no aspiraba a ser escritor, o mejor dicho no era el mayor de mis anhelos. Yo lo que de verdad deseaba ser de mayor era director de cine. He puesto el cartel de una de las películas que me hacían empeñarme en la idea de yo algún día sería capaz de dirigir filmes de tanta calidad y que transmitiesen tantas emociones. Gente Corriente, la extraordinaria película primeriza de Robert Redford, me impacto en mi todavía tierna infancia. Lloré de emoción varias veces mientras la veía, avergonzado, enjugándome las lágrimas para que mi padre no me descubriese gimoteando como una niña (se decía entonces). Aquello me sucedía con frecuencia: escuchando una melodía, viendo una película, leyendo algún pasaje de Miguel Strogoff… Y recuerdo que pensaba: maldito si toda esta sensibilidad no me sirve para otra cosa que para echarme a llorar de cuando en cuando.
Eso digo, maldito si toda esta sensibilidad no me sirve para otra cosa que para echarme a llorar de cuando en cuando.