En Busca del Tiempo Perdido
lunes, agosto 21, 2006
Esta obra monumental (más de 3.000 páginas) marcó de una manera profundísima mi forma de ver el mundo y de acercarme a la literatura. Está dividida en siete volúmenes, y así la abordé yo, en siete veranos consecutivos, desde mis tiernos 14 años hasta los 20. Ahora sería incapaz de volver a hacerlo, pero en la adolescencia leía una media de 400 libros al año (ahora apenas una treintena) y muchos de ellos clásicos rusos y fraceses, que no se caracterizan por su economía expresiva, precisamente.
Marcel Proust crea una obra magistral, muy autobiográfica, en la que la nostalgia y el romanticismo a ultranza están presentes en todo momento. Dedicó 20 años de su vida, muchos de ellos recluido en un habitáculo de reducidas dimensiones y en el que se apartaba del mundo. Este fue uno de los motivos principales que me incitó a su lectura (y es que hay que ver cómo estaba uno del tarro por entonces…).
No es de lectura sencilla. A mi me encantan el último tomo, «El tiempo recobrado»,y , sobre todo, el primero, «Por el camino de Swann».
«El tiempo recobrado» contiene muchas claves para entender la obra en su conjunto, y una serie de guiños y conjeturas, e incluso trampas para el lector. Es un pequeño monumento a la nostalgia.
Comoquiera que en 3.000 páginas hay mucho de aburrido y de descripciones abrumadoramente innecesarias (aunque en ellas muestra Proust su magnífico dominio del lenguaje), yo recomiendo a aquellos que se acerquen por vez primera el tomo inicial, porque, además de ser mi favorito, es de sencilla lectura. Contiene el pasaje más famoso de la novela, el de la magdalena mojada en té que cataliza el proceso del recuerdo. Pero es que su segunda parte, «Unos amores de Swann» (que suele venderse por separado, porque de hecho así puede leerse)constituye uno de los más hermosos y románticos pasajes de la literatura universal. Es lo único que releo con cierta frecuencia de Proust, ya que intentar otra vez abarcar el conjunto se me hace imposible.
Tras leer a Proust uno se torna más reflexivo, más romántico y, por supuesto, más melancólico (no importa la edad). Desde entonces la infancia y «el tiempo perdido» han sido una constante en mi modesta escritura.